La Isla que encontró Martí

13/08/2021 13/08/2021 / Por Colaborador de nuestro Blog

Por: Lic. Osvaldo Verdura Cámara, especialista del Museo Fragua Martiana.

El año 1878 constituía un año de celebraciones para las autoridades colonialistas en Cuba por la firma del Pacto del Zanjón y el fin de la Guerra de los Diez Años, las cuales tuvieron su apogeo el viernes 14 de junio con el recibimiento en La Habana del General Arsenio Martínez Campos, quien fuera el responsable del acuerdo[1].

El recibimiento incluyó un arco de triunfo de madera erigido a última hora, una parada militar con participación del cuerpo de voluntarios y hasta los bomberos con las hachas y mangueras en ristre rindieron homenaje al “pacificador”[2].

Coincidió además con la inauguración de uno de los tramos del Acueducto de Albear que saciaría la sed la ciudad. Se proclamó la nueva división política administrativa de la Isla en 6 provincias y comenzó a utilizarse el papel moneda, acontecimientos que aportaban una imagen de nueva época de prosperidad para Cuba bajo la corona española.

En las filas cubanas predominY aban la confusión y la frustración de los ideales independentistas, lo cual se reflejó en la creación de las facciones liberales o autonomistas que solo veían la salida a la situación por el camino de las reformas prometidas por Martínez Campos de lograr para la colonia una mayor representatividad en el gobierno de ultramar en Madrid. Ya que la Protesta de Baraguá no era entendida todavía como una de las páginas más heroicas de la historia de Cuba, como la calificara José Martí.

Esa era la Isla que encontró Martí al arribar a La Habana el 31 de agosto de 1878 desde el vapor español Nueva Barcelona. Regresó con amnistía, procedente de Guatemala, recién casado con Carmen, su gran amor y embarazada de su hijo.

Tenía el Apóstol de la independencia solo 25 años y retornaba a la Patria tras 7 años de ausencia después de su primera deportación en 1871, con una disyuntiva dedicarse como joven abogado e intelectual en la tranquilidad del hogar o consagrarse a la labor revolucionaria.

Sin embargo, primero tenía la responsabilidad de adquirir esa tranquilidad del hogar para recibir a su amado hijo José Francisco Martí Zayas-Bazán quien nace el 22 de noviembre de 1878, a quien posteriormente conoceremos como Ismaelillo por el poemario que le dedicó el maestro con este nombre como título.

Es así cuando comienza a trabajar como pasante en el bufete de abogados de Nicolás Azcárate y posteriormente en el de Miguel Viondi, ambos letrados famosos asentados en la capital y cercanos al partido autonomista, además de ofrecerles trabajo, le dan acceso a la vida cultural habanera, principalmente en los Liceos de Guanabacoa y Regla.

Probablemente ambos amigos tuvieran esperanzas de ganar al joven abogado para las ideas del autonomismo reformista en esta etapa tan temprana de la carrera política del Maestro; ya que aún no era totalmente conocida su verdadera esencia independentista.

Así mismo es autorizado a ejercer como maestro y comienza a dar clases el 4 de julio de 1879 en el Colegio Casa de Educación[3].

Trabajando ya como maestro y abogado, José Martí le ofrecía a su joven familia un futuro prometedor, la felicidad inundaba el hogar, la alegría por la compañía de su esposa y de su hijo era inmensa, pero precisamente por eso, por el temor de que su hijo creciera en una patria que no fuera suya es que es Apóstol decide responder al llamamiento del Comité Revolucionario Cubano, radicado en Nueva York para organizar una nueva guerra anticolonialista.

Gonzalo de Quesada y Miranda en su libro Martí, Hombre explica que el Apóstol tras su regreso a la Patria solo tenía dos caminos:

“uno oculto, no por callado menos activo, el de la conspiración, el otro, el de encender con su verbo, en los torneos literarios entonces tan en boga en los liceos, donde laten los corazones criollos, en pugna con los casinos hispanófilos, los mejores sentimientos de cubanismo.”[4].

Con un grupo de conspiradores y con hábiles emisarios, emprende la tarea de entablar relaciones con jefes de la Gran Guerra que quedaron en la Isla e incluso fuera de esta, en esta labor lo acompaña activamente en periodista Juan Gualberto Gómez al que conoce hacía pocos meses pero que por la similitud de su ideario rápidamente se convierte en una muy profunda amistad.

Ofrecía conmemorables discursos en el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa en donde ejercia como secretario de la sección de Literatura, en los que se destacaron su lectura en memoria del poeta Alfredo Torroella; su intervención en debate sobre Idealismo y realismo en el arte, su brindis en un banquete en honor al periodista Adolfo Márquez Sterling en el que expresó:

Porque el Hombre que calma vale más que el que suplica… Y los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan.[5]

Pero Martí seguía disfrutando del preciado tiempo con su familia construyendo eternos recuerdos con su hijo, a pesar de que sus labores conspirativas lo alejaban de la misma, él estaba convencido de que era necesario, ya no solo por su patria sino también por su hijo.

[1]Herminio Almendros, Nuestro Martí, Editorial Pueblo y Educación, 1990 p-34

[2] Ibídem. p-35

[3] Atlas Martiano José Martí en La Habana p-45

[4] Gonzalo de Quesada y Miranda, Martí Hombre, La Habana, 1944

[5] Brindis en el banquete celebrado en honor a Adolfo Márquez Sterling, en los altos de El Louvre. La Habana, 21 de abril de 1879, Obras Completas, Vol. 4 p-177